Aquel derroche de heroísmo 

 

R.Rassi rassi@granma.cip.cu

 

17 aprile 2006

 

La compañia de tanques, casi todos T-34, llegó a Aguada de Pasajeros (en aquella época perteneciente a la provincia de Las Villas, hoy es de Cienfuegos) al amanecer del día 19 de abril de 1961, en momentos en que se combatía encarnizadamente contra los mercenarios que habían desembarcado el 17 por el sur. Ya los blindados que comandaban Néstor López Cuba y Samuel Rodiles Planas, se enfrentaban al enemigo

 

Foto: ALDO MEDERO“Girón representa para mí, haber puesto un granito de arena en la primera derrota del imperialismo norteamericano en América Latina”.

 

Después de pasar de Aguada, al poblado de Horquita —en cuyos alrededores se encontraban atrincherados los invasores—, arribó la compañía de tanques que comandaba el entonces capitán del Ejército Rebelde Joel Pardo Guerra. Continuaron el avance hacia el central Covadonga, pero en el entronque de El Helechal, entre esa industria y Horquita, la artillería enemiga cañoneó sorpresivamente a los tanquistas, y resultaron averiados algunos equipos. No obstante, un fuego cerrado fue la respuesta que recibieron los mercenarios de los combatientes cubanos. El combate se mantuvo una gran parte de la tarde.

 

“Estando en El Helechal, mientras reabastecíamos de combustible y artillería a nuestros blindados —señala Joel—, llegó el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien luego de recibir la explicación de cuántos tanques estaban funcionando, me orientó continuar y no parar hasta que las esteras de nuestras máquinas estuvieran en las aguas de Playa Girón. Y así se hizo ya avanzada la tarde de aquel mismo día 19 de abril, fecha en que logramos derrotar a los mercenarios“

 

El hoy teniente coronel (r) Joel Pardo Guerra es secretario general del núcleo del Partido en su zona de residencia, en la circunscripción del Reparto Sierra Maestra, Santiago de las Vegas. Es integrante de una familia de hermanos que participaron en la guerra de liberación en la Sierra Maestra hasta el triunfo de la Revolución.

 

Cuando el bombardeo a los aeropuertos cubanos por aviones procedentes de los Estados Unidos, el 15 de abril de 1961, se encontraba en la Escuela de Tanques de Managua aprendiendo a manejar y conocer esos medios blindados llegados de la entonces Unión Soviética. De inmediato les dieron la orden de prepararlos para entrar en acción, y con un grupo de hombres inexpertos pero llenos de amor a la Patria y de ganas de enfrentar al enemigo, salieron a derrotar al invasor

 

“En Girón nuestro pueblo hizo derroche de heroísmo y valentía, pues muchas de las armas utilizadas estábamos aprendiendo a usarlas, y el equipamiento militar utilizado por el enemigo era más moderno y numeroso.

 

“No obstante, el pueblo se enfrentó a los mercenarios y supo vencerlos.

 

“Sin duda, para mí en lo particular, Girón representa haber tenido una participación directa, poner un granito de arena en la primera derrota militar del imperialismo yanki en América Latina“.

 

 

El sabor de la lucha y la victoria

 

LOURDES PÉREZ NAVARRO
lourdes.p@granma.cip.cu 

 

Foto: ALDO MEDERO“Cuando Fidel dio la orden de combate estábamos en el Quinto Distrito, en la capital, movilizados con armas y municiones. Unidades de milicianos integradas por trabajadores y estudiantes. La encomienda inmediata fue presentarnos en el puesto de mando del central Australia”.

 

Así rememora el coronel (r) de las FAR Orlando Márquez Rodríguez, quien por aquellos días de abril de 1961 estaba al frente de la Primera Compañía de Infantería del Batallón 144. Apenas cinco meses antes se había graduado en el Primer Curso de Oficiales de Milicias, en la Escuela de Matanzas.

 

“No teníamos en qué trasladarnos. Salimos a la calle y parábamos lo primero que pasaba: camiones, rastras, cualquier cosa. La gente se sumó enseguida, y muchos que no pertenecían al Batallón llegaban a buscar armas y a unírsenos.

 

“Llegamos a Girón el día 17 y nos presentamos en el puesto de mando del central Australia a recibir la misión: salir a la carretera de Playa Larga a Playa Girón para cortar en dos al enemigo. Nos dieron un guía para mostrarnos el camino, pero se perdió. Seguimos andando hasta llegar a un brazo de mar cerca de Pálpite, por donde se habían dispersado los mercenarios.

“Nos recibieron unos aviones con las insignias cubanas. Confiamos en que eran nuestros, pero no fue así. Los mercenarios habían utilizado nuestras insignias para engañarnos. Los vimos hacer primero un bojeo; se retiraron y luego volvieron. Ametrallaron y tiraron bombas. Acabábamos de llegar, no habíamos bajado siquiera el armamento. Una pareja de milicianos bajó y armó una ametralladora; otro compañero y yo hicimos lo mismo. Emplazamos, tiramos...no sé si les dimos, pero no regresaron.

 

“Estábamos en el centro y la artillería nuestra detrás, los obuses nos pasaban por encima. Ninguno de nosotros conocía lo que era una guerra. El impacto fue muy fuerte. Al rato, el segundo al mando me preguntó: ¿No se ha visto la cabeza? Tenía la boina verde perforada por un proyectil. Ni cuenta me había dado. Pero había sido solo una rozadura.

 

“Lo más emocionante fue la victoria en menos de 72 horas. Los mercenarios no esperaban que los fuéramos a recibir de esa forma.”

 

Con sus ocho décadas de vida —de las que dedicó más de 30 años a las FAR y a cumplir misión internacionalista en Mozambique—, Márquez Rodríguez mantiene vívidos aquellos días. “Girón me marcó para toda la vida. El sabor de la lucha y de la victoria no lo perderé nunca.”

 

 

No hay olvido

MARIANELA MARTÍN GONZÁLEZ

 

El hombre de esta foto fue el jefe de la Cuarta Compañía de Infantería del Batallón 180, uno de los que le hizo ver a los mercenarios entrenados por el gobierno de Washington que invadir a Cuba no era una simple escaramuza, como pensaron.

 

Foto: ALDO MEDEROFormó parte de los comprometidos con el Movimiento Revolucionario 26 de Julio. En la lucha clandestina abrió el camino para sumar a la causa insurreccional a no pocos compatriotas que sufrían la tiranía. Por eso lo apresaron en 1956, luego de liderar una huelga del sector textil en Santiago de las Vegas.

 

Cuarenta y cinco años después de la victoria de Playa Girón, Luis Gil Álvarez ratifica su voluntad de combatir si otros mercenarios ultrajaran el suelo patrio. “Ahora hay más conquistas que defender que en 1961”.

 

Fuimos por razones muy consistentes, dice. “Sabíamos a quienes nos enfrentábamos. Eran servidores del gobierno yanki, que no quería una Cuba independiente, capaz de hacer realidad los sueños del Programa del Moncada.

 

“La presencia de Fidel fue otra de las grandes motivaciones. El Comandante en Jefe estuvo en los sitios más riesgosos dirigiendo, con su capacidad de estratega militar, a los hombres que habíamos dejado talleres y surcos para defender lo que sería definitivamente nuestro.

 

“Solo perdiendo la memoria podríamos olvidar toda la violencia de aquellos días, el cinismo de aquellos cobardes, que una vez apresados lloraban y repetían que habían venido como cocineros, cuando la palabra justa era carniceros”.

 

Gil evoca a los combatientes de las “cuatro bocas”, víctimas de la metralla mercenaria: “Eran muchachones que se perdieron lo mejor de esta Revolución. Si no hubieran muerto estarían como nosotros ratificando su vocación por Cuba.

 

 

General de división Enrique Carreras Rolas

“Hacer lo humanamente correcto”

MARTA CARRERAS RIVERY

 

Foto: LIBORIO NOVALDe pequeños solemos ver como héroes a nuestros padres. Cinco décadas después, el mío permanece entre los grandes; y resulta que también lo es para muchas personas que lo aprecian como una refe-rencia del difícil heroísmo de todos los días que forma parte de una concepción coherente de la vida, donde el pensamiento y la práctica pasan por el corazón.

 

Por estos días de abril los viejos fundadores de la Fuerza Aérea Revolucionaria suelen llamar y visitar la casa del general de división Enrique Carreras Rolas, para recordar juntos anécdotas de aquellos años gloriosos de la joven y agredida Revolución cubana, lugar común de los sinmiedo que pudieron construir a 90 millas del imperialismo yanki el faro de independencia que hoy ilumina más allá de nuestro continente.

 

Para algunos, la hazaña de Carreras en los cielos de Playa Girón fue su bautismo de fuego y de fidelidad absoluta a la Patria; para él fue solo parte de una secuencia lógica de su espíritu, que había recibido ya su evangelio patriótico hacía mucho tiempo atrás. Siendo un simple teniente y piloto aviador, el 10 de marzo de 1952 lo sorprendió el golpe de Estado de Fulgencio Batista, acudió presto al Alto Mando de la Fuerza Aérea para defender la Constitución; pero su jefatura también la había traicionado. El gesto sincero le valió, sin embargo, un ascenso a Comandante para tratar de acallarlo y meses después, ante su perceptible disgusto, una larga temporada en el extranjero, en la Universidad del Aire de los Estados Unidos, para alejarlo y quizás transformarlo.

 

A su regreso, a sabiendas de lo que podría ocasionarle, Carreras se puso a conspirar contra el gobierno de facto en sus mismas entrañas y, cuando el 5 de septiembre de 1957 se produjo el alzamiento de Cienfuegos, no vaciló en hacer uso de su autoridad como Jefe del Escuadrón de Cazabombarderos para impedir la masacre en esa ciudad y dio entonces la orden de arrojar las bombas al mar. Ese día mi padre fue apresado, pateado, montado en un carro con sendas pistolas apuntándoles a sus sienes; y creyendo que era su fin, con más resignación que miedo, no sintió ni profirió ni una sola palabra de arrepentimiento, solo arguyó: “¡Contra mi pueblo, jamás!”.

 

Pocas veces me ha hablado de aquella amarga experiencia, donde el dolor más grande —me confesó recientemente— no se lo propinó ninguno de aquellos matones, sino el papel que le mostraron con las firmas de varios de sus compañeros retractándose de la acción y culpándolo como el único responsable. Acusado de sedición, pendiendo sobre él una petición de pena de muerte, torturado y aislado en una celda, no solo tuvo la capacidad de entender y perdonar a los que lo abandonaron porque no pudieron resistir la maquinaria de humillación y martirio contra ellos y sus familias, sino que en su soledad se aferró aún más a sus principios, convencido de que había hecho lo único que podía hacer: “Lo humanamente correcto”.

 

Por eso, años después, Girón fue para mi padre el instante donde las circunstancias lo hicieron trascender a la historia contada y escrita, como puede pasarle a cualquier persona que esté dispuesta a defender a su Patria. Y siempre me quedo admirada por su capacidad de transitar por el reconocimiento y la gloria, sin una pizca de vanidad.

 

Los que creyeron en él, los que lo siguieron en la para nada académica idea de aprender en escasos meses a manejar —que no a pilotar— aquellos aparatos vencidos, de improvisadas piezas, mantenidos por inexpertas manos; los que eligieron con pasión que la defensa de la Patria estaba por encima de ellos mismos; los que no fueron a morir aunque murieran, sino a luchar por la vida de quienes ni siquiera conocían ni habían nacido aún, escribieron esos días de abril de 1961 una gloriosa página de la Historia de Cuba cuando se remontaron al cielo de Girón y cumplieron la orden del Comandante en Jefe de hundir los buques insignias de la invasión, hecho que viabilizó la victoria final de todo el pueblo.

 

La vida con su fuerza probatoria se encargó después de darle a cada cual su sitial. Silva Tablada y el nicaragüense Carlos Ulloa, caídos en aquellos combates, viven eternamente en la obra que defendieron; otros dos pilotos de arrogancia insatisfecha, traicionaron para concluir sus vidas en el desprecio y el olvido del pueblo que abandonaron; en cambio, a Gustavo Bouzac se le sigue recordando alegre y sencillo, y como laborioso amante del campo cubano, el tiempo lo sembró y lo regresará muchas veces repetido porque la valentía y la entrega a la Patria hoy nos urge tanto como ayer; Alberto Fernández no asistirá este jueves a su colectivo de estudio en la Universidad del Adulto Mayor porque pronunciará en el Museo de la Revolución unas breves palabras por el aniversario 45 de la Victoria de Playa Girón; y mi padre, el general Carreras, lo celebrará modestamente conversando sobre aquella gesta en el portal de su casa con sus hijos, nietos y bisnietos, haciendo pausas para responder a los afectuosos saludos de sus vecinos al pasar.

 

A sus 83 años, Carreras ha perdido la vista, pero no la visión sobre lo que es mejor para el pueblo y para Cuba, ni mucho menos el camino para lograrlo. Está convencido de que la invulnerabilidad de la Revolución está enlazada con la inteligencia, el conocimiento, la valentía y sobre todo con la honestidad de cada persona que sea capaz de defenderla, incluso en la intimidad de su casa, con la misma pasión con que lo haría en una tribuna, en un combate, o en una celda como desde sus cumbres hoy lo hacen para todos los tiempos los Cinco Héroes prisioneros del imperio.

 

Para mi héroe no hay otra manera de vivir que siendo revolucionario y eso significa luchar con el verbo y la acción en todo momento para cambiar lo que está mal hecho, sin más temor que el de perder la dignidad por no hacerlo y sin esperar mayor estímulo que el que cada cual sea capaz de darse: el de la íntima satisfacción de hacer para nuestra sociedad lo humanamente correcto.

 

 

La firmeza del pueblo

RENÉ CASTAÑO

 

Foto: JOSÉ M. CORREAEdesio Calaña Podio regresó a Playa Girón algunas décadas después de la contienda en la que los mercenarios fueron aplastados por la firmeza de un pueblo.

 

Volver al lugar donde combatió al frente de la primera Compañía de la Columna Uno José Martí, estimuló sus recuerdos.

 

Los momentos compartidos junto al Comandante en Jefe Fidel Castro, la añoranza por los caídos, el júbilo por la victoria, los prisioneros en camiseta y con las manos cruzadas sobre la cabeza; son algunos de los pasajes que como ráfagas cruzan la memoria de este octogenario combatiente, quien al triunfo revolucionario de 1959 bajó de la Sierra Maestra con grados de primer teniente.

 

Cuarenta y cinco años después de aquellos “difíciles y prolongados combates”, como él califica los enfrentamientos de Girón, expresa su satisfacción por haber participado en la primera gran derrota del imperialismo yanki en América.

 

Estuve en varios combates en la Sierra Maestra, pero ninguno de ellos es comparable al enfrentamiento en Girón, expresa. “Aquello fue tremendo, se peleó con mucho coraje a pesar de que el enemigo contaba con una técnica más avanzada. Los compañeros de lucha no me defraudaron”.

 

Cuando Edesio regresó a Girón le fue difícil reconocer el lugar. Las transformaciones realizadas por la Revolución han borrado las imágenes de antaño. Para él, este es uno de los frutos de esa gran epopeya latinoamericana en la que participó.