Quando il silenzio complice protegge il terrorismo

Raúl Antonio Capote | Dilbert Reyes Rodríguez  www.granma.cu

L’incapacità del governo USA di riconoscere, almeno per nome l’attacco, terroristico contro l’Ambasciata cubana a Washington tradisce un “pericoloso atteggiamento che può essere assunto come avallo a questo flagello”.

Tale interpretazione, pubblicata su Twitter dal ministro degli Esteri, Bruno Rodríguez Parrilla, non è un’espressione retorica per insistere sulla giusta richiesta di una risposta coerente, di fronte al proditorio incidente del 30 aprile. Si fondamenta su tutte le successive prove che il terrorismo di stato, promosso dalle amministrazioni USA contro Cuba, hanno macchiato di lacrime e sangue la storia di resistenza della Rivoluzione.

Raramente il cinismo politico ha avuto un curriculum così lungo. Quello praticato contro la Maggiore delle Antille ha, almeno, più di sei decenni e centinaia di pagine luttuose tra i suoi figli; mentre, vogliono ancora far credere al baratto artificiale dei ruoli di vittima e carnefice.

In questo momento intimano l’isola per “non cooperare sufficientemente con la lotta contro il terrorismo”, mentre disconoscono la posizione, fissata mille e mille volte, da Cuba, radicale contro tale flagello.

La pericolosa sfacciataggine USA, unita alla palese impunità con cui reagiscono alla violenza di Stato, possono stimolare il ritorno di quei tempi in cui i gruppi mercenari rilasciavano pubbliche dichiarazioni che rivendicavano o annunciavano i crimini che commettevano.

L’agosto 1976 offre un chiaro esempio, quando in un giornale di Miami gli autori raccontarono di come fecero esplodere un’auto davanti all’ambasciata cubana in Colombia e distrussero gli uffici di Air Panama. “Molto presto attaccheremo aerei in volo”, preconizzarono, e sei settimane dopo esplodeva un nostro aereo sulle Barbados.

La memoria di quest’isola riserba le maggiori prove.


Cuando el silencio cómplice ampara al terrorismo

Raúl Antonio Capote | Dilbert Reyes Rodríguez

La incapacidad del Gobierno de Estados Unidos de, al menos, reconocer por su nombre el ataque terrorista contra la Embajada cubana en Washington, delata una «peligrosa actitud que puede ser asumida como endoso a este flagelo».

Tal interpretación, publicada en Twitter por el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, no es una expresión retórica para insistir en el reclamo justo de una respuesta coherente, ante el alevoso incidente del pasado 30 de abril. La fundamentan todas las evidencias sucesivas que el terrorismo de Estado, promovido por las administraciones estadounidenses contra Cuba, han manchado de lágrimas y sangre la historia de resistencia de la Revolución.

Pocas veces el cinismo político ha tenido un currículo tan largo. El practicado contra la Mayor de las Antillas, al menos, tiene más de seis décadas, y cientos de páginas luctuosas entre sus hijos; en tanto, siguen queriendo hacer creer el trueque artificial de los papeles de víctima y victimario.

Ahora mismo emplazan a la Isla por «no cooperar lo suficiente con el combate al terrorismo», mientras desconocen la posición fijada una y mil veces por Cuba, radical contra ese flagelo.

La peligrosa desfachatez estadounidense, aparejada a la impunidad flagrante con que reaccionan a la violencia de Estado, pueden estimular la vuelta de aquellos tiempos en que grupos mercenarios hacían declaraciones públicas adjudicándose o anunciando las fechorías criminales que cometían.

Agosto de 1976 guarda un ejemplo muy claro, cuando en un periódico en Miami los perpetradores narraban cómo volaron un auto frente a la Embajada cubana en Colombia, y destruyeron las oficinas de Air Panamá. «Muy pronto atacaremos aeronaves en vuelo», preconizaron, y seis semanas después estallaba nuestro avión sobre Barbados.

La memoria de esta Isla reserva las mayores evidencias.

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