Nel 2015 il sito Cubadebate pubblicava “El man Gilbert”, un articolo di Enrique Ubieta, che metteva in guardia contro quel fenomeno imposto dalla globalizzazione culturale, soprattutto in questo emisfero: “Sembra inevitabile che il reggaeton venga offerto in un modulo audiovisivo che ci svaluta come esseri umani e ci misura attraverso le cose che possediamo: l’auto di lusso dell’anno, la ragazza più Barbie (non è un elogio), svuotata e senza cervello – la donna come semplice oggetto sessuale –, le catene d’oro, le valigie di dollari, le bevande più costose, le guardie del corpo, l’ostentazione come falsa evidenza di un falso trionfo”.
Nel testo, Ubieta esplorava il problema attraverso la figura di Gilberto Martínez Suárez, un giovane “cantante” di 28 anni che si “travestiva” da Gilbertman, essenzialmente un fuggitivo dalla giustizia USA con accuse legate all’uso di carte di credito false e al furto di identità, che era in stato detentivo a L’Avana.
Gilbertman si era stabilito in un quartiere umile della capitale, comprando case e auto. Nei suoi video musicali predominavano donne semi-nude, mafiosi, pistole, mazzette di soldi e l’immagine del capo onnipotente, capace di comprare mezzo mondo ed estorcere l’altra metà.
“Nel capitalismo il bullismo è una professione di prestigio, e ha il suo glamour, la sua moda.” Così si presentava il “supereroe” con poteri magici monetari, come quel bullo “buono” che si scontrava con l’altro bullo cattivo, e “liberava” il quartiere rimanendo come il “padrino” indiscusso, proclamato l’idolo delle masse.
Era il caso della sua allora più recente “opera maestra”, intitolata “No hay break”. Un’evidente lode alla violenza, in cui partecipavano altri artisti come Eddy K, Yonki, Damián e El Taiguer. Gli ultimi due, sponsorizzati dallo stesso Gilbertman, formavano “Los Desiguales”, considerati in quel momento al top del genere a Cuba.
L’autore, infine, enfatizzava: “La guerra culturale è esplicita, anche se Gilbertman non ha la minima idea della sua esistenza: noi abbiamo bisogno di salvare, emancipare; loro vogliono farci credere che sia impossibile. Contaminano, corrompono.” “Questo caso deplorevole serva per prendere coscienza che la guerra culturale (…) passa per la degradazione e la corruzione dei nostri cittadini.”
La guerra culturale è globale, si manifesta come una strategia nascosta di dominazione che cerca di imporre modelli di vita e valori estranei ai nostri. È una forma di colonizzazione attraverso la quale gli imperi impongono i loro concetti su altre nazioni e società, non più invadendo territori geografici ma le menti umane.
Per l’implementazione di questa strategia di sottomissione, è fondamentale la creazione di questi falsi “idoli” che emergono agendo come “cavalli di Troia” mediante la promozione o la replica di ideali come il consumismo e l’individualismo, mentre si delegittimano le identità culturali autoctone. Questi “nuovi referenti” funzionano come strumenti di controllo sociale, concentrando l’attenzione su figure controverse o carismatiche, deviando il dibattito sociale dalle questioni più profonde e realmente essenziali, come parte della generazione dell’apoliticismo e della smobilitazione politica.
Nel frattempo, l’“industria dell’intrattenimento” diventa il veicolo ideale per la propaganda culturale, dove vengono glorificati certi stili di vita e demonizzati altri, influenzando il modo in cui le persone vedono il proprio contesto sociale. L’uso efficace dell’immagine, creativamente plasmata nei laboratori dei centri di potere e propagata dai molteplici media che ci circondano, invalida le idee e costruisce con attenzione realtà apparenti. La tirannia della seduzione costituisce l’arma principale per la manipolazione delle masse.
Tutti questi fenomeni sono spesso sovradimensionati in tempi di reti sociali digitali, dove i contenuti diventano virali grazie a determinati algoritmi, dove il bombardamento di informazioni può alterare la percezione della realtà tramite pregiudizi informativi, dove siamo spesso assorbiti da quella spirale del silenzio che zittisce coloro che hanno un’opinione divergente o ci spinge verso una tendenza con cui non ci identifichiamo completamente ma ci lasciamo trascinare dal morbo dei like.
Tenere in considerazione l’analisi critica dei fenomeni come via per arrivare alle conclusioni più corrette, comprendere che Cuba si trova sotto enormi pressioni nell’ambito comunicazionale, e portare come bandiera quella massima del concetto di Rivoluzione di Fidel, dove si afferma: “Rivoluzione è difendere i valori in cui si crede al prezzo di qualsiasi sacrificio”, ci permetterà di non essere vittime, ma combattenti in questa guerra culturale.
De los falsos ídolos y la guerra cultural | Cuba por Siempre
De los falsos ídolos y la guerra cultural
En 2015 el sitio de Cubadebate, publicaba “El man Gilbert” un artículo de Enrique Ubieta, donde se alertaba sobre ese fenómeno que impone la globalización cultural, sobre todo en este hemisferio: “Parece inevitable que el reguetón se ofrezca en un módulo audiovisual que nos devalúa como seres humanos y nos mide a través de las cosas que nos poseen: el carro de lujo del año, la muchacha más Barbie (no es un elogio), descerebrada y deshuesada –la mujer como simple objeto sexual–, las cadenas de oro, las maletas de dólares, las bebidas más caras, los guardaespaldas, la ostentación como espuria evidencia de un falso triunfo.”
En el texto, Ubieta se adentraba al asunto mediante la figura de Gilberto Martínez Suárez, un joven “cantante” de 28 años que se “disfrazaba” de Gilbertman, en esencia un fugitivo de la justicia estadounidense por cargos vinculados al uso de tarjetas de crédito falsas y el robo de identidades, quien estaba siendo detenido en La Habana.
Gilbertman, se había instalado en un barrio humilde de la capital, comprado casas y autos. En sus videos clips predominaban las mujeres semidesnudas, mafiosos, pistolas, fajos de billetes y la imagen del capo todo poderoso, capaz de comprar medio mundo y extorsionar a la otra mitad.
“En el capitalismo el matonismo es una profesión de prestigio, y tiene su glamour, su onda.” Así se mostraba el “superhéroe” de mágicos poderes monetarios, como aquel matón “bueno” que se enfrentaba al otro matón malo, y “liberaba” el barrio quedando como el “padrino” indiscutido, siendo proclamado el ídolo de las masas.
Como era el caso de su entonces más reciente “obra maestra”, titulada “No hay break”. Una rotunda alabanza a la violencia, donde participaron otros exponentes como Eddy K, Yonki, Damián y El Taiguer. Estos dos últimos que patrocinados por el propio Gilbertman formaban “Los Desiguales” considerados en ese momento el top del género en Cuba.
El autor, finalmente enfatizaba: “La guerra cultural es explícita, aunque Gilbertman no tenga la menor idea de su existencia: nosotros necesitamos salvar, emancipar, ellos quieren hacernos creer que es imposible. Contaminan, corrompen.” “Sirva este lamentable caso para tomar conciencia de que la guerra cultural (…) pasa por el envilecimiento y la corrupción de nuestros ciudadanos.”
La guerra cultural es global, se manifiesta como una estrategia solapada de dominación que busca imponer modelos de vida y valores ajenos a los nuestros. Es una forma de colonización mediante la cual los imperios instalan sus conceptos sobre otras naciones y sociedades, ya no invadiendo zonas geográficas sino las mentes humanas.
Para la implantación de esa estrategia de sometimiento, es fundamental la creación de esos falsos “ídolos” que emergen actuando como “caballos de Troya” mediante la promoción o replicación de ideales como el consumismo y el individualismo, mientras se deslegitiman las identidades culturales autóctonas. Estos “nuevos referentes” que funcionan como herramientas de control social, estarían centrando la atención en figuras controvertidas o carismáticas, desviando el debate social de los temas más profundos y realmente esenciales, como parte de la generación del apoliticismo, de la desmovilización política.
En tanto, la “industria del entretenimiento”, se convierte en el vehículo ideal para la propaganda cultural, donde se glorifican ciertos estilos de vida y se satanizan otros, afectando la forma en que las personas ven su propio contexto social. El uso eficaz de la imagen conformada creativamente en los laboratorios de los centros de poder y propagada por los múltiples medios que nos encierran, invalida las ideas y hace un cuidadoso montaje de realidades aparentes. La tiranía de la seducción constituye el arma principal para la manipulación de las masas.
Todos estos fenómenos, son varias veces sobredimensionados en tiempos de redes sociales digitales, donde los contenidos se hacen virales gracias a algoritmos determinados, donde el bombardeo de información puede alterar la percepción que tenemos de la realidad mediante los sesgos de la información, donde somos absorbidos muchas veces por esa espiral del silencio que enmudece a aquellos que tienen una opinión divergente o somos arrastrados a una tendencia con la cual no nos identificamos totalmente pero nos dejamos llevar por el morbo de los likes.
Tener en cuenta el análisis crítico de los fenómenos como la vía para acercarnos a las conclusiones más acertadas, entender que Cuba se encuentra bajo enormes presiones en el ámbito comunicacional, y portar como bandera aquella máxima del concepto de Revolución de Fidel donde sentencia: “Revolución es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio”, nos permitirá no ser víctimas y sí combatientes en esta guerra cultural.