Come chiunque sia a capo della legazione di un paese, il rappresentante USA deve rispettare le norme internazionali che regolano la diplomazia.
C’era una volta un detective, paradigma del duro per eccellenza, che non si fidava di nessuno e disprezzava tutto ciò che avesse a che fare con il sistema legale. Faceva uso della violenza e della coercizione e, sapete per cosa? Per fare giustizia, naturalmente: quella che lui riteneva necessaria.
Creato dallo scrittore statunitense Mickey Spillane, il personaggio vide la luce nel romanzo ‘Io, il giurato’ nel 1947, e rimase sulla scena fino al 1997, con Black Alley, la tredicesima opera dell’autore, sempre nello stesso stampo di patriottismo americano e viscerale anticomunismo.
Il suo nome era Mike Hammer, proprio come quello dell’attuale ibcaricato di affari dell’Ambasciata USA all’Avana. E se non sapessimo che non viene dalla finzione, si potrebbe pensare che sia fuggito da uno di quei romanzi o dalle tantissime trasposizioni cinematografiche e televisive.
Anche lui disprezza la legalità e si aggira per il mondo come giudice, per amministrare la giustizia secondo la sua personale visione; come il personaggio di Spillane, è un anticomunista dichiarato.
Chiaro, per essere un diplomatico non è necessario far parte di un partito con quell’orientamento né simpatizzare con quella ideologia. Ma chiunque sia a capo della legazione di un qualsiasi paese è tenuto a rispettare le norme internazionali che regolano la diplomazia.
Lui lo sa: non è un neofita in politica estera. Lavora da oltre 30 anni al Dipartimento di Stato, ma è stato un fedele esecutore della linea interventista del suo governo.
Con lo stesso tono di illegalità dell’investigatore letterario, si vanta del suo curriculum destabilizzante in vari paesi africani, dove ha seminato il caos. Ed è con questo stesso obiettivo che è arrivato a Cuba: basta vedere la sua agenda da quando ha assunto l’incarico.
Secondo capac-web.org, si è riunito a Miami con l’ammiraglio Alvin Holsey, comandante del Comando Sud USA, per discutere della questione cubana; ha visitato le sedi di Radio e TV Martí e si è messo in contatto con il meccanismo di media e “giornalisti” finanziati con fondi milionari del governo USA per promuovere la sovversione a Cuba.
Si è recato a Madrid per incontrare l’associazione Ciudadanía y Libertad, gruppo creato nel 2023 con il fine eufemistico di promuovere e proteggere i diritti di associazione, riunione pacifica e partecipazione politica. In realtà si tratta di uno staff stipendiato e subordinato ai dettami di Washington e Miami.
Questo Hammer ha una passione per la corrente retrò. Nella sua agenda sono apparse visite a veri e propri dinosauri della politica USA contro Cuba, come i membri del cosiddetto “gruppo dei 75”, una banda di mercenari che nel 2003 fu denunciata e processata per i suoi legami con i servizi segreti USA e gruppi terroristi con base a Miami. Si è anche riunito con le sbiadite Damas de Blanco e con Ferrer, quello che quasi si spaccò la testa contro un tavolo per simulare un’aggressione e mentire.
Johana Tablada, funzionaria del Ministero degli Esteri cubano, ha definito le sue attività manipolatrici e ingannevoli, quando lui ha dichiarato: «Esco a incontrare il popolo, come facevo in altri paesi. Niente nella Convenzione di Vienna lo proibisce».
Hammer – non il detective – o è mitomane, o mente consapevolmente. Forse non ha mai studiato nessun documento che regoli l’etica diplomatica, perché quella Convenzione sulle Relazioni Diplomatiche nega categoricamente ciò che egli afferma. Il suo articolo 41 stabilisce che «i diplomatici devono rispettare le leggi e i regolamenti dello Stato ospitante. Sono inoltre obbligati a non interferire negli affari interni di detto Stato».
Come ha detto l’esperta, il suo comportamento è fortemente ipocrita: «se un diplomatico cubano compisse un giro simile negli USA, incontrando oppositori e gruppi critici del governo di Biden o di Trump, verrebbe dichiarato persona non grata ed espulso».
Hammer en la novela equivocada
Como cualquiera al frente de la legación de un país, el representante de EE. UU. ha de respetar las normas internacionales que rigen la diplomacia
Oscar Sánchez Serra
Había una vez un detective, paradigma del tipo duro, que no confiaba en nadie, y repelía todo lo que fuera sistema legal. Empleaba la violencia y la coacción y, ¿saben para qué?: para impartir justicia, por supuesto, la que él creía necesaria.
Obra del autor estadounidense Mickey Spillane, el personaje vio la luz en la novela Yo, el jurado, en 1947, y se mantuvo hasta 1997, con Black Alley, la decimotercera entrega del creador, con la misma moldura del patriotismo americano y de un anticomunismo visceral.
Su nombre era Mike Hammer, sí, igual que el del Encargado de Negocios de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, y si no supiéramos que este no llegó desde la ficción, podría decirse que se escapó de una de esas novelas, o de las muchísimas adaptaciones al cine y a la televisión.
Este también desprecia lo legal, y va como juez por el mundo para impartir lo que él cree que es justicia; como el de Spillane, es un anticomunista a flor de piel.
Claro que, para ser un diplomático, no hay que integrar un Partido con esa orientación ni simpatizar con esa ideología. Pero quien esté al frente de una legación de cualquier país, sí ha de respetar las normas internacionales que rigen la diplomacia.
Él lo sabe, no es un advenedizo en política exterior. Lleva más de 30 años en el Departamento de Estado, lo que pasa es que ha sido un fiel exponente de la pauta injerencista de su gobierno.
Con el mismo tono de ilegalidad del investigador, se jacta de su aval desestabilizador en varios países de África, en los cuales sembró el caos. Con ese objetivo llegó a Cuba, pues bastaría ver su orden del día desde que asumió.
Según capac-web.org, se reunió en Miami con el almirante Alvin Holsey, comandante del Comando Sur de EE. UU., para analizar el tema Cuba; visitó las oficinas de Radio y tv Martí, y contactó con el mecanismo de medios y «periodistas» financiados con presupuestos millonarios del Gobierno estadounidense para la subversión en Cuba.
Se fue a Madrid a contactar con Ciudadanía y Libertad, grupo creado en 2023, con el eufemístico fin de promover y proteger los derechos de asociación, reunión pacífica y participación política. Es una plantilla asalariada y súbdita de los dictados de Washington y Miami.
Este Hammer tiene afición por la onda retro. En su agenda ha ido a recalar a verdaderos dinosaurios de la política estadounidense contra Cuba, como los integrantes del grupo de los 75, una banda mercenaria que, en 2003, fue denunciada y procesada por sus vínculos con los servicios secretos estadounidenses y grupos terroristas asentados en Miami. También se reunió con las deslucidas Damas de blanco, y con Ferrer, el que casi se rompe la cabeza contra una mesa, para mentir.
Johana Tablada, funcionaria del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, definió sus actividades como manipuladoras y engañosas, cuando este dijo: «salgo a reunirme con el pueblo como hacía en otros países. No hay nada en la Convención de Viena que lo impida».
Hammer, no el detective, o es mitómano o miente conscientemente. Tal vez no ha estudiado ningún documento de los que rigen la ética de un diplomático, porque esa Convención sobre las Relaciones Diplomáticas niega, categóricamente, en su artículo 41, lo que él afirma. Ese apartado dice que «los diplomáticos deben respetar las leyes y reglamentos del Estado receptor. También están obligados a no inmiscuirse en los asuntos internos de ese Estado».
Como dijo la experta, tiene mucho de hipocresía su proceder, «pues si un diplomático cubano hiciera giras similares en Estados Unidos, reuniéndose con opositores y grupos críticos del Gobierno de Biden o de Trump, sería declarado persona non grata y expulsado».
Ha seguido al dedillo la pauta de su administración, que acusa a Cuba de violar la libertad religiosa. Incluyó, en su libre movimiento por el país, una visita al Santuario del Cobre, y reuniones con los obispados de Santiago de Cuba y Matanzas, y con el arzobispado de La Habana.
Nada hay de ficción. Este es un personaje real, que obedece las trasnochadas intenciones del secretario de Estado, Marco Rubio, quien, además, delira in extremis sobre su subordinado.
Pero el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, le salió al paso a su embustera e imperial paranoia, y se quedó mudo. «El Secretario de Estado (Marco Rubio) miente al afirmar que el Encargado de Negocios en La Habana representa la voz del pueblo cubano. Ni siquiera representa la voz del pueblo de los EE. UU.».
Al Hammer que está metido en el guion de Marco Rubio, cuya trama es la persistencia de una política que busca desestabilizar a cualquier costo y a toda costa, le iría mejor en el de Spillane. En la Mayor de las Antillas está en la novela equivocada; está en la de José Martí, con personajes reales y una obra real que es su Revolución.
Debería leer la noble y heroica historia del país en el que está radicado. Sabrá que de Martí le viene el antimperialismo y que, como él, su pueblo daría la vida por su independencia, porque es su deber, y lo entiende y tiene fuerzas con que realizarlo.